Autor: Carolina Canales Castrejón
¿Qué hago aquí? ¿Para qué me quieren?
¿Por qué me acusan de algo que yo no hice? Yo no lo maté y además. …..
¿Cómo podría hacerlo si él me quería? El me llevó a su casa cuando me quedé sola y me daba de comer.
Les digo que yo no hice nada. En todo caso la muerta soy yo. ¡Mírenme, estoy muerta!
Fui muriendo día con día con cada uno de sus gritos, con su indiferencia y sus acciones que me lastimaban como navajas. Con cada una de sus palabras que me estrangulaban lentamente dejándome un nudo en la garganta. Agonizaba cada que me tenía en sus brazos, el dolor se hospedaba cada vez más y más profundo en mi pecho con esas cinco palabras que siempre me decía: “perdóname, sabes que te quiero”. Por supuesto que lo perdonaba, yo no tenía a nadie más y si no me dejaba salir sola a la calle era porque me tenía que cuidar de los demás. La gente es mala en esta ciudad.
No recuerdo en qué momento empecé a ver a esa muñeca que me regaló mi abuelita cuando apenas era yo una niña. La veía todos los días dentro del espejo que estaba junto a la cama, me hablaba y me molestaba porque siempre me compadecía.
La abuela me cuidó siempre y me decía que esa muñeca era igualita a mí.
Que ¿cuál muñeca? Pues ésta que está aquí, a su lado, ¿ven? es de porcelana, por eso hay que tratarla con cuidado para que no se rompa. Miren tiene dibujada una sonrisa en sus labios y sus ojos grandes siempre están tristes y eso nunca me gustó.
Les decía….. ella y yo nos acostumbramos a sus malos tratos; siempre lo perdonaba y le
justificaba todo; pero la muñeca no, ella lo empezó a odiar, ¡ella me lo dijo! Y si no me creen
¡pregúntenle! Deberían interrogarla a ella y no a mí. Pese a todo ¡él me quería! ¿Cómo le iba a hacer daño?
Confieso que había días que me sentía atrapada, inmovilizada y no podía levantarme de la cama, despertaba con mi cuerpo morado y a veces hinchado. Me lo merecía porque yo no hacia bien las cosas. Tantas mañanas sintiendo ese movimiento de giro sobre mí misma, sobre esa maldita cama, todo en sentido inverso a las agujas del reloj. Día tras día deseando que la tierra detuviese su movimiento en seco. Pensando que si tal cosa pudiera ocurrir yo podría escapar, lejos. Muy lejos. A casa.
Con la única que yo hablaba era con la muñeca. Un día me susurró algo……
Me dijo: “Si tan solo pudiésemos hacerle un agujero en su pecho mientras duerme”
¡Yo me asusté!, esa fue la primera vez que la vi salir del espejo y caminar por el cuarto.
-“ven, ¡vamos!, ¿no quieres ver lo que encontramos en el centro de ese gran pendejo?, claro que lo pensé; yo quería que sintiera todo el dolor que él me causaba. Pero luego lo miré tan dormido e inofensivo y otra vez lo defendí, era lo único que tenía y yo no podía hacer otra cosa más que llorar y lamentar mi suerte. Quisiera ser tan valiente como la muñeca de porcelana, a ella no le da miedo nada.
Pasaba noches enteras sin dormir. El miedo era mi acompañante. En cualquier momento podría entrar y tomarme otra vez, de esa manera que no me gustaba. Lloraba desde que lo veía que se me echaba encima. Odiaba su aliento alcohólico y el sabor de aguardiente que siempre tenía en su boca. Me obligo muchas veces a hacer cosas que yo no quería, pero las hacia porque era mi obligación. Yo era su mujer, aunque nunca nos hubiéramos casado. Parecía más mi papá, era mucho más grande que yo. Cuando llegué a su casa tenía apenas dieciséis, acababa de morir mi abuelita y lo aprendí a querer, a cuidar. Y él se dedicó a enterrarme viva, les digo que el amor es veneno, de ese que mata lentamente.
¿Quién puede sobrevivir al amor? ¡Díganme! Nadie, absolutamente nadie.
En la madrugada antes de que me trajeran para acá, él tardó más en llegar a la casa, pero….
llegó calmado. Recuerdo que, hacía frío, los cristales de las ventanas estaban empañados y podía ver mi aliento.
Llegó buscándome, pero de una manera diferente, me dijo cosas lindas, se metió a la cama donde estaba yo. Acarició todo mi cuerpo casi con ternura, me besaba los ojos y el cuello;
¡nunca había hecho eso! fue extraño. Sus manos rasposas, siempre recorriéndome como buscando algo que yo no tenía. Pero en esta ocasión y por primera vez me gustaron sus caricias en mi entrepierna. Hasta creo que empezaba a disfrutarlo. Hundía sus dedos en mi vagina y de pronto quedé humedecida, él lo notó………………………………………….. De inmediato y con prisa me abrió las piernas y
empezó a penetrarme. Sus manos me estrujaban los senos. Yo no quería, ¡otra vez no, así no!;
¡por favor, así no! Le suplicaba. Él no me hizo caso, nunca me escuchaba. Me apretó el cuello con sus dos manos y cuando ya no podía respirar, me soltó para voltearme dos cachetadas. Todo fue tan rápido solo lo escuchaba insultarme, no se cansaba de llamarme “hija de puta” ni de y compararme con las mujeres de esta ciudad, tan colmado de aguardiente; no se cansaba de humillarme, con todas esas palabras asfixiantes que tenían eco en mi alma……………………………………………………………. Sentía que me
ahogaba más con lo que me decía, que con sus manos.
Otra vez me había obligado a tener sexo con él. Como siempre había olvidado las promesas con las que me trajo a su casa.
Yo estaba pasmada mirándolo dormido. Se veía asquerosamente satisfecho.
Esta muñeca de porcelana que no se va a ningún lado tiene razón, soy una estúpida que lo único que hace es llorar…. Y no sé, pero……………….. Perdón, pero, ¿me dan más papel? Es que éstas
lágrimas insisten en salir de mis ojos.
No me acuerdo de su cara. Todavía no logro explicarme como es que no recuerdo el rostro del hombre con el que viví por casi un año. Es verdad, ¡créanme!……………… lo olvidé, ¡es verdad! Pero la
muñeca si lo recuerda, ¡pregúntele a ella!
La vida no es tan ligera y dentro de ese cuarto en medio de sus golpes, yo veía esferas con manchas de colores por todos lados y vi a la muñeca sucia ya tenía lágrimas en los ojos. Estaba llorando, pero seguía conservando su sonrisa en los labios. Yo ya no podía llorar y no sentía mis piernas.
De pronto ella, la muñeca se salió del espejo y con su mano tomó el cuchillo con el que partí una manzana muchas horas antes, lo había olvidado sobre la mesa, a un costado de la cama, ese mismo que él usaba para amenazarme si me escapaba de su casa. Pero a ¿dónde iría yo? No conocía a nadie. Estaba sola. Siempre sola.
La muñeca que está ahí sentada, le rebanó el cuello y no se cansó de enterrarle en su pecho aquel cuchillo, se lo enterró una y otra vez. Todo era ardiente y luminoso. Había cada vez más manchas, se multiplicaban rápidamente. Eran azules tan azules como el cielo y blancas como nubes, las verdes se mezclaban con las manchas de color café. Como pasaba en los campos de mi pueblo. Pero luego todas eran rojas igual que mis manos. ¡Miren, mis manos aún huelen a sangre!
¡No estoy loca! Alguien puso su sangre en mis manos. Yo ni siquiera lo toqué, ¿Cómo podría? Si era lo único que yo tenía. Por favor…………… Créanme, ¡fue la muñeca!
Yo quise abrir la boca para decirle algo, quería gritarle para que se detuviera, pero ya hasta sentía el sabor de su sangre en la garganta y mis palabras se apagaban. Perdí mis fuerzas y caí de espaldas al suelo.
Lo intenté, pero no pude detenerla. Me abandonaron las fuerzas. La muñeca no es mala, sólo me defendió, ella lo mató por qué; de alguna manera él me mató a mí, primero. Les digo que
¡yo la vi! Yo vi todo.
Después de un rato de mirar el techo, ahí confundida y tirada en el suelo, la muñeca me tomó
de la mano y nos salimos a la calle. Caminamos sin saber a dónde. La sangre que sentía en los labios me sabía a libertad, no tenía miedo y ya no temblaba ni por el frío, además ya casi amanecía. No hablamos en el camino. Parecía que las estrellas no se iban a ningún lado.
Brillaban todo el tiempo. Y la luna nos seguía a todos lados, nos observaba. Me sentía confundida y por alguna razón, extasiada. Tanto silencio me aturdía. Luego llegaron ellos y me trajeron aquí. Ya me quiero ir. Yo no lo asesiné y menos de esa forma tan cruel que dicen. ¡Por favor créanme!
¡Fíjense bien! Observen y todavía la muñeca me mira con lástima. Ella dice que es la única que me puede ayudar a soltar, a resistirme con fuerza, a no volver atrás, a decidir salir del infierno en donde estoy. Ella no va a dejar que nadie me lastime de nuevo. Y yo le creo, porque ¿Quién va a llorar por mí cuando me vaya? ¿Las calles?, ¿el cielo?, ¿el viento?, ¿Quién? Ya estoy muerta y ninguno de ustedes llora y yo tampoco quiero volver a llorar.
Prefiero el amor de las cosas materiales, de lo más frío, de las rocas y hasta de la sal que está en el fondo del mar, que de cualquier hombre. Su amor duele, mata, destruye y nos entierra vivos.
Todos, absolutamente todos hablan de amor sin haberlo probado. Solo van regando al viento, los cuentos que de niños nos contaban los abuelos. Yo también los creí, los probé y por eso morí.
Pregúntenle a la muñeca de porcelana. Yo ya les dije lo que pasó.
No me vean así, ya les dije que no lo inventé, que no estoy loca, solo estoy cansada, por favor; quiero ir a casa.