De: Xulio Zuáres León.
DESENCUENTRO.
Y de pronto nos miramos frente a frente, desviando así mismo las miradas. Mudos permanecimos, entre estación y estación, para acompañar al silencio fatal, sólo interrumpido por el escándalo estridente de la música acompasada por los gritos ensordecedores de los vagoneros. Se toparon de nuevo nuestros ojos. Disimulamos.
El cucután de las ruedas de los trenes, para la mayoría pasaba desapercibido, y los trenes se empezaron a descobijar de la penumbra; el caballo acorralado de la siguiente estación, nos esperaba. Permanecimos callados nuevamente, mientras nuestras miradas se decían no sé que tanto. Disimulamos.
Se abrieron las puertas para echar a los intrusos. Nuestros ojos de nuevo se encontraron. Yo, temeroso, solté una sonrisa; ella se tapó la boca para esconder sus dientes, descuidando la hermosura de sus ojos. Fingimos indiferencia. Las puertas se cerraron para acorralar a los entremetidos. Entró el poeta. Disimulamos.
Y al escuchar el poema, Verde Embeleso, de Sor Juana: (Verde embeleso de la vida humana/ loca Esperanza, frenesí dorado,/ sueño de lo despiertos intrincado,/ como de sueños, de tesoro vana;/ alma del mundo, senectud lozana,/ decrepito verdor imaginado;/ el hoy de los dichosos esperado/ y de los desdichados el mañana:/ sigan tu sombra en busca de tu día/ los que, con verdes vidrios por anteojos,/ todo lo ven pintado a su deseo;/ que yo, más cuerda en la fortuna mía,/ tengo en entrambas manos ambos ojos/ y solamente lo que toco veo); desviamos entonces las miradas. Disimulamos.
Todos bajamos en la última estación y, “ninguna persona a bordo”, ella (como yo), nos despedimos en silencio. Nos confundimos con la gente, y desaparecimos de entre las miradas extraviadas, para encontrarnos con nuestro sino trazado. disimulamos.